jueves, 29 de septiembre de 2011

SIN SALUDO NI DESPEDIDA EL KARMA SABE MEJOR

Antes de firmar me detuve. ¿Haría alguna diferencia explicarlo todo? Balanceaba la pluma en mis manos como no estando segura de si su trabajo durante la última hora había tenido sentido. Miré mis dedos y me reí. Él seguía teniendo tanto control sobre mí que había hecho que escribiera una explicación.
Me encontraba frente a la hoja de papel más desalentadora que había visto. Ahí estaba el resumen de los años de mi vida en los que había sido más infeliz. Estaba cerrándolo todo. Para que nunca se volviera a abrir.
La carta comenzaba sin un destinatario nombrado. No quedaba "querido", "estimado", ni "hola". Tenía muchas palabras pensadas para iniciarla, pero ninguna demostraba demasiada decencia, y yo me quería despedir con dignidad. Dejando la educación gramatical de lado comencé sin mucha gracia, y el resultado final quedó así:
"Mira:
No te queda ni fingir sufrimiento ni llorar; tú y yo sabemos las razones que me orillaron a hacer esto, y, siendo honestos, ambos nos lo esperábamos mucho tiempo atrás.
Te escribo orgullosa. Tuve la paciencia para esperar y para respetarte. No creo que estés relacionado con ese término, pero en pocas palabras significa que mientras estuve a tu lado te traté de la mejor manera y te tuve en cuenta siempre. No te lo merecías, pero yo sí jugaba limpio y, como mencioné, estoy orgullosa de haberme comportado tan bien.
Me mantuve a tu lado en todo momento y te vi caer y levantarte muchas veces, escuché cada uno de tus cuentos y te di mi hombro para llorar cada vez que fue necesario, hice más por ti que lo que he hecho con cualquiera sobre la Tierra, y me quedé a tu lado a pesar de que nunca te vi esforzarte por mí. Y he pensado en esto muchas veces: no había por qué, pero tú viste en mi baja autoestima un buen lienzo para plasmar todas tus obras de traición y al no impedirte absolutamente nada continuaste con tu arte. Nada fue tu culpa. Siempre fui yo.
Yo era la que no escuchaba a los demás, yo era la que escapaba cada vez que alguien hacía un comentario para desprestigiarte, yo fui quien le dio la espalda a todos para estar contigo... yo fui quien creyó en ti. La estúpida que creyó. Estúpida, sí, así como tú me llamabas.
A estas alturas ya debes estar riéndote. Vamos a hacer un espacio, yo también me voy a reír de mí. ¿Qué otra cosa puede ser una persona que se deja manipular tanto por otra además de un chiste? ¿Qué más puede significar para ti una lágrima mía que una carcajada?
Tú tenías razón en todo: yo sí era la encarnación de todos los adjetivos con los que siempre me nombraste. Era estúpida, idiota, imbécil, tarada... (dejemos los altisonantes para después), y hoy sé que era todo eso, pero por estar contigo. Por seguir a tu lado cuando sólo me producías dolor. Hasta el de ser una "cualquiera" me queda bien ahora. Te he estado haciendo tanto que sé que me queda, me lo pongo y hasta me veo bien. Pero a eso vamos luego. Mientras sigamos desmenuzando el asunto poco a poco.
A tu lado nunca me sentí querida. Ni siquiera, digamos, apreciada por estar ahí. Y decir que me sentía como un objeto es mucho. Al objeto se le sufre cuando no se le puede encontrar. Y sin embargo hice todo lo que pude por amarte, porque a mis ojos también me amabas.
Sí, te concedo otra pausa para reír.

Era lo mismo siempre, a pesar de que cada día esperaba algo mejor. Es extraño, jamás me di cuenta conscientemente del daño que me hacías, pero en el fondo sí tenía la ilusión de que una mañana despertara y fueras alguien mejor. De que apreciaras lo que hacía por ti, de que me respondieras cada beso, de que, al menos, sonrieras al verme. Pero ¿cómo ibas a hacerlo si así perderías el control? Supongo que pensabas que mostrarte vulnerable, realmente te hacía débil. Tal vez creías que si veía cariño en ti yo lo entendería como sumisión, y entonces nuestra relación ya no sería entre una persona con poder y alguien fiel, entonces sería de iguales, y así no podrías jugar.
Pobre, seguramente sufriste mucho antes, y te dolió tanto que ya nunca pudiste confiar en los demás. Pobre, porque sin darte cuenta ya jamás vas a amar en serio, y serás alguien que siempre tema ceder ante una caricia y rendirse ante un beso.
Como puedes ver con el tiempo (mucho tiempo, lamentablemente) entendí una gran cantidad de cosas que me sirvieron para poder salir del martirio que siempre me hiciste vivir. Y así como he entendido cosas de mí, he entendido cosas de ti. Ya me di cuenta de que una persona que hace sufrir a los demás jamás lo habría hecho de no haber sufrido él mismo. Demasiado tarde, ya no vas a tenerme a mí para fungir en ese papel. Me di cuenta también de otra verdad, aún más aterradora. Para mí no, para ti. No te va a gustar nada leer esto: tú me necesitas más a mí que yo a ti. Necesitas tener el poder sobre alguien para no sentirte débil, porque tu triste vida es tan deprimente que mientras no controles a alguien no sientes que vales la pena y pierdes confianza en ti, pues sin alguien que te tema no eres nadie. Triste pero cierto. Noticia de última hora: siempre la que mandó fui yo.
Pero, siendo honestos, ¿de verdad creíste que el juego duraría toda la vida? ¿Qué te habías sacado la lotería y habías encontrado a alguien que por siempre soportaría cada desplante que tú hicieras? Peor aún, ¿creíste que cada vez sería más débil? Lo fui mucho tiempo, pero cuando llegó la fuerza para no hundirme más y levantarme, la tomé. Inconscientemente siempre quise salir de ti, huir a la más mínima provocación, a pesar de que, por temor, me rindiera a tus pies. Y cuando llegó la oportunidad para sonreír, la ventana que me haría respirar aire fresco y me haría comprender que afuera había un mundo que por intentar hacerte feliz me perdía de disfrutar, salí con tanta prisa que no me explico aún cómo no pudiste notarlo.
Él me tendió la mano y me ayudó a confiar en mis pasos al caminar, tuvo la paciencia suficiente para ayudarme a ver el trayecto que faltaba por recorrer para evitar que cayera al piso de nuevo, y me sostuvo con suavidad al salir del sendero empedrado que siempre creí que era el único camino, para llevarme a uno nuevo en donde, a pesar de temer cada nuevo paso, jamás caí. Comencé a confiar poco a poco de nuevo en mí. No fue fácil, por supuesto. Una persona lastimada jamás cree que se ha salvado por completo del dolor, pero me esforcé por mí misma. Pensé que si durante tanto tiempo había hecho todo lo que hice por ti, podía hacer algo que me sirviera a mí. Y como por arte de magia los besos comenzaron a tener un sentido y un propósito de nuevo. ¿Quién hubiera dicho que la respuesta estaba tan al alcance de mi mano? No fue normal sentirme libre, y de hecho ha sido lo más difícil que he tenido que hacer: darme cuenta de que todo había sido una prisión y que si no me abría paso hacia el exterior ahora, el momento podría no volver a llegar jamás.
Y, con todo el orgullo del mundo, salí. Sonreí de nuevo con alegría, no con miedo o para lograr que tú sonrieras también, sonreí porque quería hacerlo y fue una sensación tan liberadora que seguí haciéndolo cada vez más. Así fue que se volvió más fácil abrir los ojos cada mañana. Ya no vivía para ti, ahora por fin lo hacía por y para mí. Ya cada segundo no era estresarme pensando una manera más eficiente para tenerte contento, era para respirar. Pero ya que estaba fuera del alcance de tu control, ya que no manejabas mis sentimientos, ¿por qué darte la espalda si no habías acabado de sufrir bien? Llegué a considerar sólo irme, pero ¿así cómo me daba cuenta de que estabas pagando todo lo que me habías hecho? Entonces me quedé a su lado mientras seguía contigo, haciéndote creer que aún te amaba sólo por diversión. La verdad a ti te tengo que agradecer las clases de actuación; ahora el cinismo se me da de maravilla. Me daba mucha gracia verte intentando nuevas maneras de verme caer, y ver tus frustraciones cuando, ya últimamente, no me tirabas del todo. Verte componer nuevos insultos, por si los anteriores se me habían olvidado ya. Verte componiendo esos gestos lamentables de tristeza que ponías para hacerme creer que te había herido y para hacerme sentir culpable. Verte (incluso eso era chistoso) inventar excusas infantiles para hacerme creer que eras infiel y que en cualquier momento podías dejarme por otra. (No, hoy ya sé que eso nunca fue verdad, con tanto hombre en el mundo ninguna mujer se te acercaría).
Te escribo todo esto para que puedas entender por un segundo por qué razón de ahora en adelante jamás vas a poder ser feliz en una relación, y también por qué me vas a extrañar. No necesitamos hablarlo de frente, no te ilusiones, ni con todas las palabras humillantes disfrazadas de amor vas a poder convencerme de absolutamente nada, porque desde que él llegó a mi vida no me sale ni siquiera considerar la existencia de otro hombre.
Ya estoy acabando (deja el teléfono que no pienso contestar), y  me voy con la frente en alto… no te fui infiel, yo jamás fui realmente tuya.
Te desearía que fueras feliz, pero sinceramente no quiero. No te lo mereces, no quiero que esas palabras salgan de esta pluma, y además, nunca vas a poder serlo. No queda ninguna despedida… ni un “cuídate” (porque eso implicaría que no quiero que te suceda nada malo en la vida), ni un “que estés bien” (porque desde el fondo de mi corazón deseo todo lo contrario) y mucho menos un “te quiero” (porque, seamos sinceros, no llego a tener ni simpatía por ti). Así que un punto final va a hacer toda la magia.”
Cerré la carta, dejé la pluma, bajé las escaleras y salí. Me fui lejos de esa casa sintiéndome más fuerte que nunca y salté a los brazos de la persona más importante de mi vida. Él jamás me haría daño. Y si lo hacía… bueno, digamos que no sería la primera vez que tendría que actuar con un hombre...

sábado, 30 de julio de 2011

EL CASTIGO DE NO ESPERAR

Eran las 2 de la mañana y yo seguía sin poder dormir. Y por momentos todo era culpa, y a veces también vergüenza. Pero lo que más había era remordimiento. Todo había pasado muy rápido, y aún intentaba entenderlo, pero mientras más segundos corrían más me daba cuenta de lo tonta que había sido. 
¿Por qué me había entregado al miedo? ¿Por había sido tan débil? ¿Por qué había dejado que me manejara lo que el mundo pensaba que era lo correcto? Y sin poder contestar esas preguntas me quedé despierta esperando una respuesta con sentido.
Era joven (muy joven) y era manipulable. Además vivía con miedos e inseguridades que, aunque sabía que siempre habían estado en mi vida, se habían presentado con más fuerza esta vez. Ahí estaba yo sola cuando todos los demás pasaban sus minutos acompañados. Ahí estaba la estúpida esperando tan solo un beso... queriendo algo forzado para no perder tiempo esperando lo que sería real. 
Me dejé llevar porque la paciencia me había dado la espalda. Me sostuve de lo primero que me dio fuerza y no me quise soltar... Ahora me pregunto qué habría pasado si lo hubiera dejado pasar, ¿habría sido feliz? ¿habría sufrido? Gracias a mi falta de seguridad jamás lo sabré.
Tengo que ser justa: no sufrí. No lloré, no me dolió un solo segundo de todo ese tiempo. Cualquiera diría que vivía feliz, pero así como no había sufrimiento tampoco había verdadera emoción. Pasaba cada día preguntándome por qué no podía soltar aquello que ya me había dado toda la fuerza que podía necesitar, y gastaba cada noche respondiéndome a mí misma que no había necesidad de soltar nada, porque por más apoyo que hubiera ganado, aún sola no me podría sostener. Y esa fue la razón (lamentablemente) de mi larga permanencia. No era amor, no era ni siquiera un poco de cariño. Era mantenerme ahí por la seguridad que sabía que siempre tendría a su lado. 
Me arrepiento, porque no era bueno para nadie. Ni para él que me lo daba todo ni para mí que vivía recibiendo sin poder dar. Y recibía para no perderlo. Y también para no perderlo me aferraba más.
Me esforcé todo lo que pude por poder sentir algo, me pasé noches enteras intentando convencerme de que lo amaba también, de que era lo que necesitaba; quería darle todo y no podía sentir ni la mitad de lo que él sentía por mí...
Lo besé, lo toqué, sentí cada milimetro de su cuerpo y dejé que el mío estuviera a su disposición siempre. Tal vez así podría amarlo igual... pero no funcionó. Sin embargo mientras yo supiera que nada malo me pasaría seguiría a su lado siempre...
Y entonces llegaste tú.
Verte fue como abrir los ojos después de un sueño y darme cuenta de que lo único real eras tú. Tocarte fue entender que la vida me había preparado únicamente para ese momento: para ese en el que mi piel se cruzara con la tuya, para sentirte y para nada más.
La primera mirada que compartimos está guardada en mi mente para siempre, bajo llave para que nadie la encuentre, encerrada bien para que no me la quiten, acurrucada junto a la primera vez que escuché tu voz. Cuando te miré entendí qué vine a hacer a este mundo, todo me pareció tan claro, pude ver el camino que Dios me había marcado. Yo existía para poder estar junto a ti. 
Miré tus labios y supe de inmediato que quería poner una sonrisa en ellos cada día de mi vida. Entendí que verte feliz sería lo que iluminaría las mañanas y convertiría las tormentas en arcoiris. Pero tus ojos, esos ojos me enseñaron aún más. Quise escribir historias en ellos. Mil historias en las que seríamos sólo tú y yo... así como no podía ser. 
Él estaba a mi lado. Él y no tú. 
Siempre supe que tenía que haber esperado, que debía haberme soltado de él mucho tiempo atrás, pero nunca había habido una razón poderosa para hacerlo. ¿Cómo deshacer lo que aparentemente siempre ha sido perfecto?
Me había quedado a su lado para no perderme, y sin querer así te perdí a ti.
Quise regresar el tiempo, pero no pude. Sentí que había cometido el error más grande de mi vida. Debía tenerte a ti, estar contigo, vivir a tu lado y ser feliz, y en lugar de eso estaba con él, desperdiciando el tiempo que pude haber estado escuchándote, malgastando los segundos que pude haber pasado tocándote, tirando besos que sólo debían haber estado en tus labios. Dándole mi piel que sólo debía ser para ti.
Y el hubiera se convirtió en mi compañero diario, y el "te amo" en una frase sin sentido, pues no la escuchabas tú.
Pasaba los días a su lado deseando poder mirar tus ojos, y cada vez que estaba en sus brazos imaginaba cómo sería sentir tu calor.
No era justo para él. Lo había hecho todo bien, había sido el mejor, me lo había dado todo. Me besaba como si de eso dependiera respirar... pero no eras tú, y así nada tenía sentido. 
Entonces comencé a vivir una vida de fantasía. Salía y me imaginaba a tu lado, lo besaba y podía sentir tus labios, casi lo nombraba como tú, casi lo deseaba como a ti, y sin embargo nunca fue por amarlo, siempre fue por idealizarlo como a ti, como el hombre al que siempre había deseado y al que no había podido saber esperar. 
Si tan sólo te hubiera esperado...
Si no me hubiera apresurado...


Ya eran las 4 de la mañana y yo seguía sin poder dormir. Por más que le diera mil vueltas siempre llegaba a lo mismo: fuera cual fuera mi decisión iba a lastimar a alguien. ¿Por quién debía hacerlo? ¿Por él? ¿Por ti?...
¿Y si por primera vez lo hacía por mí?
No se lo merece, y eso me duele más. Y tampoco se lo merece quien está a tu lado. Pero ¿de verdad importa quién se pueda atravesar en el camino cuando lo que buscamos es la felicidad?
Eran las 6 de la mañana y yo seguía sin poder dormir, intentando inventar una excusa para no verlo mañana y poderte ver a ti...





lunes, 25 de julio de 2011

LA VISITA INESPERADA

Cuando cerraba la última maleta, apareció. Sonriente y educado, como para romper el hielo y, además, con toda la intención de entrar. No voy a negarlo, me di cuenta desde el principio de qué era lo que buscaba, y precisamente por eso le cerré las puertas. No, no era justo; al fin y al cabo él estaba pagando los platos rotos de alguien más, pero esa era su culpa, no la mía, pues él quería entrar aún con todo el conocimiento acerca de la situación, porque si no notaba en mi rostro desilusión entonces no era humano.
Pobre, pues tenía la esperanza. Me había acompañado tantas veces que la reconocería a kilómetros.
Quisiera decir que le tendí la mano, que lo invité a pasar, que fui, al menos, amable, pero no. Francamente no tenía la energía para jugar a poner cara amigable y fingir poner atención a una conversación de la que seguramente jamás recordaría un carajo, así que, con ojos cansados lo miré y después atranqué la puerta para impedirle a cualquiera siquiera poner un pie cerca.
Él se dio cuenta. Sonrío aún más e incluso se acercó, levantó una mano y me hizo la caricia más insoportable de toda mi vida. Casi pude sentir cómo se quemaba mi piel con cada centímetro que recorrían sus dedos. Fue hasta entonces que las lágrimas a las que tantos límites les había puesto, al fin derribaron las barreras y corrieron felices de ser liberadas sobre mi rostro. Él quiso abrazarme y lo empujé. Él quiso consolarme y tapé mis oídos. Y cuando quiso encontrar mi mirada, escupí en su cara.
¿Cuál era la necesidad de sentir cualquier cosa por mí? Yo no necesitaba a otro hombre, ya me sabía la historia. Si lo dejaba pasar destruiría todo lo que encontrara en mí y entonces volvería a tener que tragarme mis ilusiones, mis esperanzas, mis sueños, mis planes, y tendría que volver a poner en una caja fuerte cada beso para no dejarlo escapar y sabotearme. Tendría que volver a empezar los días odiando cada aparición suya en mis sueños, y tendría que dejar de mirar televisión, ir al cine y hasta salir a la calle para evitar las jugadas de la vida que se empeñaba en burlarse haciéndome ver que el amor tenía la amabilidad de visitar a todas las personas del mundo excepto a mí.
Y por todo eso, porque ya entendía tan bien el juego que comenzaba a ser aburrido, ya no quería participar. Ahora estaba totalmente segura de que ahora había encerrado mis sentimientos con mejores medidas de seguridad y que había amaestrado tan bien a mis emociones que no había necesidad de esconderme tras la sombra de la depresión, que aún me vigilaba sin disponerse a marcharse, como amiga fiel, preparada para aparecer cuando la necesitara... como siempre pasaba.
Ahora tenía que ser fuerte. Las cicatrices me lo recordaban cada día. Y miraba cada golpe para darme cuenta de que no quería más dolor en mi vida. Porque de alguna forma siempre los besos se convertían más tarde en lágrimas, y cada momento vivido se hacía, después, una pesadilla más. Con lo que había tenido había sido suficiente.
Y él no tenía por qué sufrir a mi lado, dar amor y no recibir ni siquiera una sonrisa; él no debía vivir todo eso que yo había atravesado con tanto dolor.
Él me daba rosas, él me escribía cartas, él me trataba como jamás creí que un hombre pudiera ser capaz de tratar a una mujer... porque él me trataba bien. Y yo, que no lo esperaba en absoluto en mi vida, no podía (ni quería) debilitar mis defensas y volver a ser tan vulnerable como antes. Los rastros de la última vez que había pasado eso aún estaban dolorosamente muy presentes.
Él tenía paciencia, y yo, no tanta. Me dijo muchas veces que me entendía y que me iba a esperar... y así me di cuenta de que en realidad no me entendía. Si lo hubiera hecho habría comprendido que, aunque esperara, nada podía pasar. Que la caída había sido tan fuerte que mi piel jamás volvería a ser la misma. Que por más que intentara, a esa cosa traicionera llamada "confianza" ya nunca más le abriría las puertas, porque me había lastimado tanto que era imposible siquiera pensar en ella y no llorar. Y mis ojos, mis labios, mis manos y mi corazón ya estaban cansados. Habían dado tanto y les habían respondido con tan poco que no soportarían intentar más.
Él tal vez sí me quería, pero yo ya no quería querer... 
Pobre, pues no fue su culpa ni fue la mía. Fue mala suerte, o quizás otra burla más de la vida, pues cuando me rendí en el amor, cuando sellaba la puerta y cuando cerraba la última maleta, apareció.

sábado, 23 de julio de 2011

EL DÍA QUE SE ATRAVESÓ EN MI VIDA

De todas las personas que existen en el mundo, con todos los continentes que hay, todos los países y las calles posibles para estar, justo él se tenía que estar ahí. Ojalá hubiera estado un poco menos conmocionada, pero ¿a quién le pide uno disculpas de su comportamiento cuando se encuentra sin querer con la persona a la que más ha deseado conocer en toda su vida?
Explicar qué sentí es aún peor... era como un déjà vu combinado con un calor insoportable, comparable sólo con la sensación de haberse quedado una hora entera dentro del horno de microondas: un completo desastre. Déjà vu, porque él había protagonizado todas las páginas de mi diario y había encabezado la lista de mis peticiones a Dios cada día de mi vida; calor insoportable, porque no estaba preparada para encontrarlo en ese momento. Es curioso, las cosas pasan no sólo cuando uno menos las espera, sino también cuando uno no está listo para afrontarlas.
El contacto visual que tan desesperado estaba por hacer su aparición en la escena jamás llegó. Lo agradezco, porque si el sólo verlo me produjo cosas en el organismo de las que jamás creí que mi cuerpo podía ser capaz, no imagino qué hubiera sido de mí si él se hubiera atrevido a mirarme. Lo que sí sucedió fue que me perdí totalmente en cada forma que había en su cuerpo. No fueron sólo las pestañas, los gestos, la manera en que sus labios se movían en sincronización con su lengua al hablar, sino que también fue el hecho de que nada de todo lo que tenía me pareció malo, feo o desagradable. Supongo que con eso estuve totalmente segura de que era él el hombre imaginario que tantas veces se había casado conmigo cuando jugaba de pequeña. Ahí estaba el hombre al que debía conocer.
Fueron tan pocos segundos los que compartí en el espacio en el que estaba él, y tantos los días que se instaló en mi mente; fue tan poco el tiempo que mis ojos miraron cada parte de su estructura, y tantos los detalles de su anatomía que se mudaron a mi cabeza; fueron tan pocas las posibilidades de estar con él, y tantas las historias que interpretaba como mi pareja en mi imaginación; con tan poco fue tanto que tenía que ser él.
Soñé con él cada noche después de aquel día y veía en mi imaginación mil escenas en las que llegaba a su lado y con toda la seguridad que tantos discursos que me había inventado me daban, le decía lo mucho que quería ver su letra en las cartas de mi cartera y su rostro junto al mío en mis portarretratos. 
También me volví alérgica a los hombres, y descubrí que cada vez que respiraba tenía un beso nuevo preparado para él.
De repente todas las le películas de amor, las canciones y los poemas comenzaron a tener sentido. Hasta encontré una razón para la existencia del día de San Valentín.
Además cada día que despertaba sentía una desesperación mucho más insoportable que el día anterior por verlo. Y también cada día me costaba más estar sin él.
Ya había acomodado todo en mi vida para que él entrara con toda la tranquilidad del mundo y aún no se dignaba ni siquiera a cruzarse de nuevo. Al principio me dio por encontrarle (de alguna manera que no puedo explicar) siempre el lado positivo a las cosas, y veía a cada persona que conocía como alguien a quien podía contarle cosas acerca de él. Pero a medida que pasaba el tiempo todo se volvía más doloroso. Esa era la palabra porque sólo había dolor. Su recuerdo se había aferrado con todas las fuerzas que tenía a quedarse en mi mente, hasta su olor había escalado poco a poco hasta que logró que me pareciera inimaginable un segundo de mi vida sin él, y él tenía tanto ya de no aparecerse en delante de mi vista que comencé a odiar el día que se atravesó en mi vida.
Yo vivía bien y no necesitaba a este insomnio de inquilino en mis noches, que cuando no llegaba con demasiada autoridad, me daba unos cinco minutos de libertad para dormir sólo para soñar con él. No necesitaba tampoco de la paranoia de salir perfectamente arreglada cada día y voltear hacia todos lados, rogándole a cada santo que conocía poder verlo aunque sólo fuera por unos segundos. Y definitivamente mi vida estaba perfecta antes de que, a la desesperada, me pusiera a intentar con todos los nombres que existen en el buscador de "facebook", para encontrarlo.
Los días pasaban y los meses conspiraban para añejar el recuerdo, y llegué a creer que jamás lo vería de nuevo. Pero justo cuando la esperanza comenzó a empacar su equipaje, totalmente dispuesta a abandonarme, él apareció otra vez.
Estaba tan tranquilo que me dio vergüenza toda la ansiedad que me había controlado durante ese tiempo por su culpa.
Y ahí, viéndolo me di cuenta de que de todas las personas que existen en el mundo, con todos los continentes que hay, todos los países y las calles posibles para estar, justo yo tenía que estar ahí para entender al fin que la esperanza debía marcharse porque él no me quería a mí.