jueves, 29 de septiembre de 2011

SIN SALUDO NI DESPEDIDA EL KARMA SABE MEJOR

Antes de firmar me detuve. ¿Haría alguna diferencia explicarlo todo? Balanceaba la pluma en mis manos como no estando segura de si su trabajo durante la última hora había tenido sentido. Miré mis dedos y me reí. Él seguía teniendo tanto control sobre mí que había hecho que escribiera una explicación.
Me encontraba frente a la hoja de papel más desalentadora que había visto. Ahí estaba el resumen de los años de mi vida en los que había sido más infeliz. Estaba cerrándolo todo. Para que nunca se volviera a abrir.
La carta comenzaba sin un destinatario nombrado. No quedaba "querido", "estimado", ni "hola". Tenía muchas palabras pensadas para iniciarla, pero ninguna demostraba demasiada decencia, y yo me quería despedir con dignidad. Dejando la educación gramatical de lado comencé sin mucha gracia, y el resultado final quedó así:
"Mira:
No te queda ni fingir sufrimiento ni llorar; tú y yo sabemos las razones que me orillaron a hacer esto, y, siendo honestos, ambos nos lo esperábamos mucho tiempo atrás.
Te escribo orgullosa. Tuve la paciencia para esperar y para respetarte. No creo que estés relacionado con ese término, pero en pocas palabras significa que mientras estuve a tu lado te traté de la mejor manera y te tuve en cuenta siempre. No te lo merecías, pero yo sí jugaba limpio y, como mencioné, estoy orgullosa de haberme comportado tan bien.
Me mantuve a tu lado en todo momento y te vi caer y levantarte muchas veces, escuché cada uno de tus cuentos y te di mi hombro para llorar cada vez que fue necesario, hice más por ti que lo que he hecho con cualquiera sobre la Tierra, y me quedé a tu lado a pesar de que nunca te vi esforzarte por mí. Y he pensado en esto muchas veces: no había por qué, pero tú viste en mi baja autoestima un buen lienzo para plasmar todas tus obras de traición y al no impedirte absolutamente nada continuaste con tu arte. Nada fue tu culpa. Siempre fui yo.
Yo era la que no escuchaba a los demás, yo era la que escapaba cada vez que alguien hacía un comentario para desprestigiarte, yo fui quien le dio la espalda a todos para estar contigo... yo fui quien creyó en ti. La estúpida que creyó. Estúpida, sí, así como tú me llamabas.
A estas alturas ya debes estar riéndote. Vamos a hacer un espacio, yo también me voy a reír de mí. ¿Qué otra cosa puede ser una persona que se deja manipular tanto por otra además de un chiste? ¿Qué más puede significar para ti una lágrima mía que una carcajada?
Tú tenías razón en todo: yo sí era la encarnación de todos los adjetivos con los que siempre me nombraste. Era estúpida, idiota, imbécil, tarada... (dejemos los altisonantes para después), y hoy sé que era todo eso, pero por estar contigo. Por seguir a tu lado cuando sólo me producías dolor. Hasta el de ser una "cualquiera" me queda bien ahora. Te he estado haciendo tanto que sé que me queda, me lo pongo y hasta me veo bien. Pero a eso vamos luego. Mientras sigamos desmenuzando el asunto poco a poco.
A tu lado nunca me sentí querida. Ni siquiera, digamos, apreciada por estar ahí. Y decir que me sentía como un objeto es mucho. Al objeto se le sufre cuando no se le puede encontrar. Y sin embargo hice todo lo que pude por amarte, porque a mis ojos también me amabas.
Sí, te concedo otra pausa para reír.

Era lo mismo siempre, a pesar de que cada día esperaba algo mejor. Es extraño, jamás me di cuenta conscientemente del daño que me hacías, pero en el fondo sí tenía la ilusión de que una mañana despertara y fueras alguien mejor. De que apreciaras lo que hacía por ti, de que me respondieras cada beso, de que, al menos, sonrieras al verme. Pero ¿cómo ibas a hacerlo si así perderías el control? Supongo que pensabas que mostrarte vulnerable, realmente te hacía débil. Tal vez creías que si veía cariño en ti yo lo entendería como sumisión, y entonces nuestra relación ya no sería entre una persona con poder y alguien fiel, entonces sería de iguales, y así no podrías jugar.
Pobre, seguramente sufriste mucho antes, y te dolió tanto que ya nunca pudiste confiar en los demás. Pobre, porque sin darte cuenta ya jamás vas a amar en serio, y serás alguien que siempre tema ceder ante una caricia y rendirse ante un beso.
Como puedes ver con el tiempo (mucho tiempo, lamentablemente) entendí una gran cantidad de cosas que me sirvieron para poder salir del martirio que siempre me hiciste vivir. Y así como he entendido cosas de mí, he entendido cosas de ti. Ya me di cuenta de que una persona que hace sufrir a los demás jamás lo habría hecho de no haber sufrido él mismo. Demasiado tarde, ya no vas a tenerme a mí para fungir en ese papel. Me di cuenta también de otra verdad, aún más aterradora. Para mí no, para ti. No te va a gustar nada leer esto: tú me necesitas más a mí que yo a ti. Necesitas tener el poder sobre alguien para no sentirte débil, porque tu triste vida es tan deprimente que mientras no controles a alguien no sientes que vales la pena y pierdes confianza en ti, pues sin alguien que te tema no eres nadie. Triste pero cierto. Noticia de última hora: siempre la que mandó fui yo.
Pero, siendo honestos, ¿de verdad creíste que el juego duraría toda la vida? ¿Qué te habías sacado la lotería y habías encontrado a alguien que por siempre soportaría cada desplante que tú hicieras? Peor aún, ¿creíste que cada vez sería más débil? Lo fui mucho tiempo, pero cuando llegó la fuerza para no hundirme más y levantarme, la tomé. Inconscientemente siempre quise salir de ti, huir a la más mínima provocación, a pesar de que, por temor, me rindiera a tus pies. Y cuando llegó la oportunidad para sonreír, la ventana que me haría respirar aire fresco y me haría comprender que afuera había un mundo que por intentar hacerte feliz me perdía de disfrutar, salí con tanta prisa que no me explico aún cómo no pudiste notarlo.
Él me tendió la mano y me ayudó a confiar en mis pasos al caminar, tuvo la paciencia suficiente para ayudarme a ver el trayecto que faltaba por recorrer para evitar que cayera al piso de nuevo, y me sostuvo con suavidad al salir del sendero empedrado que siempre creí que era el único camino, para llevarme a uno nuevo en donde, a pesar de temer cada nuevo paso, jamás caí. Comencé a confiar poco a poco de nuevo en mí. No fue fácil, por supuesto. Una persona lastimada jamás cree que se ha salvado por completo del dolor, pero me esforcé por mí misma. Pensé que si durante tanto tiempo había hecho todo lo que hice por ti, podía hacer algo que me sirviera a mí. Y como por arte de magia los besos comenzaron a tener un sentido y un propósito de nuevo. ¿Quién hubiera dicho que la respuesta estaba tan al alcance de mi mano? No fue normal sentirme libre, y de hecho ha sido lo más difícil que he tenido que hacer: darme cuenta de que todo había sido una prisión y que si no me abría paso hacia el exterior ahora, el momento podría no volver a llegar jamás.
Y, con todo el orgullo del mundo, salí. Sonreí de nuevo con alegría, no con miedo o para lograr que tú sonrieras también, sonreí porque quería hacerlo y fue una sensación tan liberadora que seguí haciéndolo cada vez más. Así fue que se volvió más fácil abrir los ojos cada mañana. Ya no vivía para ti, ahora por fin lo hacía por y para mí. Ya cada segundo no era estresarme pensando una manera más eficiente para tenerte contento, era para respirar. Pero ya que estaba fuera del alcance de tu control, ya que no manejabas mis sentimientos, ¿por qué darte la espalda si no habías acabado de sufrir bien? Llegué a considerar sólo irme, pero ¿así cómo me daba cuenta de que estabas pagando todo lo que me habías hecho? Entonces me quedé a su lado mientras seguía contigo, haciéndote creer que aún te amaba sólo por diversión. La verdad a ti te tengo que agradecer las clases de actuación; ahora el cinismo se me da de maravilla. Me daba mucha gracia verte intentando nuevas maneras de verme caer, y ver tus frustraciones cuando, ya últimamente, no me tirabas del todo. Verte componer nuevos insultos, por si los anteriores se me habían olvidado ya. Verte componiendo esos gestos lamentables de tristeza que ponías para hacerme creer que te había herido y para hacerme sentir culpable. Verte (incluso eso era chistoso) inventar excusas infantiles para hacerme creer que eras infiel y que en cualquier momento podías dejarme por otra. (No, hoy ya sé que eso nunca fue verdad, con tanto hombre en el mundo ninguna mujer se te acercaría).
Te escribo todo esto para que puedas entender por un segundo por qué razón de ahora en adelante jamás vas a poder ser feliz en una relación, y también por qué me vas a extrañar. No necesitamos hablarlo de frente, no te ilusiones, ni con todas las palabras humillantes disfrazadas de amor vas a poder convencerme de absolutamente nada, porque desde que él llegó a mi vida no me sale ni siquiera considerar la existencia de otro hombre.
Ya estoy acabando (deja el teléfono que no pienso contestar), y  me voy con la frente en alto… no te fui infiel, yo jamás fui realmente tuya.
Te desearía que fueras feliz, pero sinceramente no quiero. No te lo mereces, no quiero que esas palabras salgan de esta pluma, y además, nunca vas a poder serlo. No queda ninguna despedida… ni un “cuídate” (porque eso implicaría que no quiero que te suceda nada malo en la vida), ni un “que estés bien” (porque desde el fondo de mi corazón deseo todo lo contrario) y mucho menos un “te quiero” (porque, seamos sinceros, no llego a tener ni simpatía por ti). Así que un punto final va a hacer toda la magia.”
Cerré la carta, dejé la pluma, bajé las escaleras y salí. Me fui lejos de esa casa sintiéndome más fuerte que nunca y salté a los brazos de la persona más importante de mi vida. Él jamás me haría daño. Y si lo hacía… bueno, digamos que no sería la primera vez que tendría que actuar con un hombre...

No hay comentarios:

Publicar un comentario